Miedo a dejar de ser YO: Identidad y pertenencia

Desde siempre me note diferente (quizás por las altas  capacidades, no lo sé), que no encajaba en ningún lugar (ni en mi país Perú), hasta aquí perfecto, ya que parece el típico discurso de un adolescente, pero…Todo se hizo más claro cuando me asignaron y tuve que adoptar la identidad de “inmigrante”.

Para mí, el ser inmigrante supuso-y quizás aún- supone vivir la sociedad y cultura de acogida desde otra óptica respecto a los nativos hasta cierto punto.

El estatus social desde luego cambia, en mi caso particular a peor, puesto que no tenía expectativas de mejorar de manera significativa mi modo de vida en aquel entonces (es una historia diferente y larga), por lo que me supuso un choque social-cultural grande. En el 2006 cuando llegué a Barcelona-España, el tema de la inmigración era un debate candente, podía sentir como de pronto tenía una nueva identidad, una etiqueta pegada en mi diferente cara (de otra etnia). Recuerdo los últimos momentos antes de la aceptación de la crisis económica (2009), los paneles de publicidad en la estación de metro de “Diagonal”, con la “horrible” cara de Alicia Sánchez-Camacho como portavoz (del PP) de la frase: “Paremos la crisis, paremos la inmigración”, como si yo, mi nueva identidad, mi cara y mi existencia, fuéramos un problema grave y estuviera atentando contra el nuevo lugar en el que vivo. Desde luego, la transición que vivía la propia sociedad de acogida también me marcó, quizás de una manera diferente (yo tenía 16-18 años) a lo que haría con los nativos.

Me siento muy unido a mi familia, como lo más sagrado que existe, por sobre todas las demás personas. Esto es cultural, muy propio de la cultura latinoamericana. Aunque estos vínculos se reforzaron al vivir solo con ellos, en un país lejano en el que no teníamos raíces ni familiares, por lo que los lazos con mi familia y pertenencia se hicieron más fuertes. Veía a mis compatriotas peruanos en España como extraterrestres, personas venidas a más que me hacían sentir vergüenza de aquello que yo mismo era, por lo que me esforzaba en ser el modelo de peruano que “se respeta” “el que vale la pena”, todo muy subjetivo y alejado de la realidad. Posteriormente abandonaría esto, ya que mi identidad fue cambiando demasiado con el tiempo, mis experiencias y mi propio crecimiento como persona hicieron lo suyo. Ahora me siento parte del mundo, una identidad global, ya que creo que todos provenimos de Lucy la mona, pero para eso tuvo que llover un poco.

En mi peregrinaje por sentirme bien e identificarme con “algo” que me pueda definir, pase un vía crucis por diversas instituciones de la salud mental (CSMIJ, Hospital de día para adolescentes, CSMA, psiquiátricos, centros de rehabilitación psicosocial, etc.), en los que recibí múltiples diagnósticos de psicopatologías graves (incipientes todas, si claro…) de manera errada durante algunos años de mi vida. Esta etapa la recuerdo como que había “algo” en mí, que estaba mal. Los profesionales lo manifestaban con su forma de relacionarse conmigo, los diagnósticos mal hechos también…, todo esto me hacía sentir como alguien vulnerable que necesitaba mucha ayuda y comprensión, cosas que necesitaba de verdad, pero no de aquella manera.

Recordaré con especial «cariño» a la psicóloga clínica del hospital de día, la cual llevaba mi caso y me “psicoterapeaba”, contexto en el cual llego a decirme: “Te vistes de manera muy occidental (tejanos y camiseta…), tocas el violín para parecer más occidental (toco el violín desde los 8 años antes de ser “inmigrante”), y quieres ir a la universidad para ser como las personas de aquí (España)”. Desde luego, quizás esta psicóloga no fue muy brillante en las asignaturas relacionadas a la psicología social o ya venía así de fábrica, pero me confundió e influyo negativamente en mí, haciéndome sentir totalmente descontextualizado y estigmatizado, en otras palabras, un enfermo mental y además alienado.

Con esas etiquetas estigmatizadoras, la respectiva medicación y aquella manera de relacionarse conmigo, me crearon un problema imaginario e hicieron que me sienta el centro del mundo, volviendo mi vida un problema y mi identidad un puto circo.

Siempre recordaré a mis compañeros de ese entonces, personas con trastornos reales y graves, pero con un potencial desaprovechado tan grande, porque no podían sobrepasar el ego de sus ayudadores. Aún muchos siguen ahí, practicando para la vida desde una burbuja, cuando en realidad la vida se vive y se práctica en la vida misma…

Años después al retomar mi vida y los estudios académicos, otros profesionales notaron algo “diferente” en mí, más allá de la diferencia por ser inmigrante o cualquier otra etiqueta que desdibujara mi identidad. Y gracias a sus observaciones, se pudo llegar a otras conclusiones conmigo. Los diagnósticos de psicopatología fueron anulados y pase a ser de «altas capacidades intelectuales», lo cual supuso un cambio de etiqueta en mí, que significo un punto de inflexión en la forma de entender mi vida hasta el momento y cómo comencé a vivirla a partir de entonces. Deje el estigma, la identidad de “loco”, y pase a ser “superdotado”.

El cambio de etiqueta en mi caso, influyo positivamente en mi identidad, comprendí los problemas de mi pasado, asumí el presente y generé nuevas perspectivas de futuro, estaba descubriendo quién era al fin, más allá de la etnia, el estatus social, o cualquier otra particularidad mía, solo con el constructo de “superdotado” pude llegar a vencer todas las otras etiquetas quizás negativas. Pronto descubrí las flaquezas de esta condición, y comencé a autorregular mi identidad constantemente en función del umbral de capacidad de producción que tengo. Por lo tanto, mi identidad comenzó a ser cada vez más abstracta e imprecisa.

La formación en psicología y en diferentes terapias y técnicas, como la PNL, Gestalt, diversas escuelas de coaching, el paradigma sistémico y las constelaciones familiares, focusing, terapias energéticas, etc. Han terminado condicionando mi vida en el sentido de que ahora tengo una actitud más relajada e integradora de todo aquello que soy. Mi concepto de identidad es ahora mucho más amplio, en el cual influyen mucho los siguientes componentes: amor, ego, alma, capacidad, energía, información transgeneracional, diversas dimensiones, espíritu, etc.

Creo que todas las enseñanzas que he recibido de mis maestros (los cuales me han influido notablemente), me han hecho llegar finalmente a la conclusión de que mi identidad transciende lo personal, creo que hay algo de mí en todos y todo, y que lo de todos y todo está en mi. Le pertenezco a la vida y al cambio, el cual es constante, forma parte de la sociedad líquida en la que vivimos todos, como la vida misma, suceden cosas todo el tiempo, sin parar… Además, ahora creo que mi hogar no es mi casa (familia), no es la sociedad de la que provengo ni en la que estoy o mi cultura, sino que es donde está mi corazón y donde este se puede manifestar libremente.

Leandro Quiroz

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